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viernes, 14 de mayo de 2010

LAFINUR


PROMETEO O EL CULTO DEL CORAJE

El Grupo Literario Arcadia, de la ciudad de Villa Mercedes, ha escrito una antología poética en homenaje a Juan Crisóstomo Lafinur, denominada “Cenizas de Oro”. De ese libro, que se publicará en breve, se realizó una lectura de algunos textos durante la disertación en el TEATRINO DE BAS XXI, en San Luis, Argentina.

Tomando como referencia un soneto de Borges para hablar de nuestro Prometeo puntano cuya valentía también cimentó desde la educación, el ejército, la filosofía, la prensa, el derecho, la música, el teatro y la poesía las sólidas bases de la Argentina iluminista, revolucionaria y soberana. Acompañaron a DARIO OLIVA, titular de ARCADIA; las escritoras Silvina Avalle, Nilda del Carmen Guiñazú, Teresita Morán de Valcheff, Diana Muñoz y Rosa Elvira Soda.

Juan Crisóstomo Lafinur (1797-1824)

El volumen de Locke, los anaqueles,
la luz del patio ajedrezado y terso,
y la mano trazando, lenta, el verso:
La pálida azucena a los laureles.
Cuando en la tarde evoco la azarosa
procesión de mis sombras, veo espadas
públicas y batallas desgarradas;
con Usted, Lafinur, es otra cosa.
Lo veo discutiendo largamente
con mi padre sobre filosofía,
y conjurando esa falaz teoría
de unas eternas formas en la mente.
Lo veo corrigiendo este bosquejo,
del otro lado del incierto espejo.

Este soneto escrito por su sobrino bisnieto, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges y Acevedo (1) –conocido en la historia de la literatura universal como Jorge Luis Borges- en su libro La Moneda de Hierro (2), nos acerca una imagen “querible” de Lafinur, imagen imperecedera por su lucha y empeño en la educación del pueblo, dado que para Borges “Lo importante es la imagen que un hombre deja” (3); pero esta imagen es incompleta si pensamos en el recorte biográfico que supone fijar en catorce versos el recuerdo de un antepasado que vivió su tiempo histórico antes, durante y después de la Revolución de Mayo y la Declaración de la Independencia, ya que nació, como nos cuenta Juan W. Gez, su máximo biógrafo, en el solar de La Carolina, paraje bucólico de la provincia de San Luis, en 1.797 (4); amparada su veta imaginativa por la mole dorada del Tomolasta.

Allí donde se recortan las gélidas bocas del viento, y fantasmales socavones de las minas nos retrotraen a un pasado de mítica ensoñación en la afiebrada mente de aventureros colonizadores que creyeron en las leyendas de la Ciudad del Rey Dorado o Eldorado, o en la fábula que el cacique comechingón Yungulo teje para que el capitán Francisco César la crea, viajando en pos de hallar la tierra de la abundancia, Trapalanda, que según el natural está siempre más al sur, convirtiéndose luego, por la alquimia codiciosa de la sinrazón, en la tan ansiada Ciudad de los Césares.

Es así que Borges rescata esta imagen querible de Lafinur de entre sus sombras militares. Y, toda imagen, si su luz ha sido intensa, deja en la antología del tiempo su indeleble huella. Si fugaz, intensa por lo que le tocó vivir comprometido con su tiempo, ya como educador, como soldado, ya como poeta y filósofo, precursor de las ideas libertarias de la América del Sur. En cuanto al cultivo de las bellas letras, intensas y apasionadas se perfilaban sus composiciones poéticas a las que quizá faltó la madura cosecha del tiempo.

En palabras de Juan María Gutiérrez, nuestro primer crítico literario: “Lafinur fue el poeta romántico de nuestra época clásica. Sus composiciones son frutos espontáneos caídos de un árbol fecundo agitado hasta las raíces por un huracán: son más bien la imagen de su propia existencia, la cual pudiera compararse á la curva sinuosa y fugaz que traza el fuego de un relámpago.” (5) En consecuencia, sus preocupaciones iluministas, educacionales y políticas, su rebelión ante los candados del fanatismo religioso que clausuran el libre despertar de las conciencias, su espíritu visionario, inclaudicable y revolucionario en consonancia con su poética al servicio de la libertad de su pueblo, hace que su aura romántica se alce de las arenas del calendario como la Biografía del Relámpago en el escrito emotivo de Silvina Avalle:

El río musita el eco
de tu voz sonora,
llega a los oídos
de la raíz y de la piedra,
volviéndose
fruto de la idea,
clarín libertario,
boca del poema;
mas la amarga sombra
de la insidia
marcó la ruta
del destierro,
pero no logra
apagar la llama
de tu verbo que fulgura
del otro lado de la Cordillera…
¡Oh, relámpago,
herida luz en el silencio!,
en plena juventud
te halló la muerte…
Y hoy llora el viento
en la llanura
la hora fatal
de tu caída.


Y si fue considerado un romántico poeta de la época clásica, lo fue también por sus composiciones apasionadas, donde el amor se expresa en vigoroso anhelo. Prueba de ello es el impecable soneto Á una rosa que le dedica a su amada:

Señora de la selva, augusta rosa,
Orgullo de Septiembre, honor del prado;
Que no te despedace el cierzo osado
Ni marchite la helada vigorosa.
Goza más; á las manos de mi hermosa
Posa tu trono; y luego el agraciado
Cabello adorna, y el color rosado
Al ver su rostro aumenta avergonzado.
Recógeme estas lágrimas que lloro
En tu nevado seno, y si te toca
Á los labios llegar de la que adoro,
También mi llanto hacia su dulce boca,
Correrá, probáralo, y dirá luego
Esta rosa está abierta á puro fuego. (6)


En otro orden de vitales efectos, no olvidemos que estamos en presencia de la proyección universal de la Ideología que dará impulso a una renovación del pensamiento libertario. Es así que la corriente de las nuevas ideas que hacen eco en Belgrano, Moreno, Castelli, San Martín y Lafinur –entre otros hombres de mayo- llega desde Francia e Inglaterra, de la Europa enciclopedista e ilustrada de los librepensadores Voltaire, Rousseau, Locke y Condillac.

Ese primer verso de Borges que alude al filósofo inglés Locke explica el porqué de su predilección como antecedente bibliográfico de nuestro Prometeo Puntano.

En cuanto al “patio ajedrezado y terso”, recuerda Borges (7) que su padre, Jorge Guillermo Borges, abogado, profesor de psicología, escritor, filósofo y sobre todo librepensador anárquico como Lafinur, para enseñarle -cuando era todavía muy joven- la parábola de Zenón de Elea, de la carrera de Aquiles y la tortuga, recurría al tablero donde las piezas ejemplificaban el sofisma de negación del espacio y del tiempo en su aparente trayectoria; en suma, la negación del movimiento.

En la siguiente línea remite al “Canto Elegíaco” de Juan Crisóstomo a la muerte del General D. Manuel Belgrano, en la que escribe en tristísima consonancia a sus exequias el verso “La pálida azucena a los laureles”:

¿Por qué tiembla el sepulcro, y desquiciadas
Sus sempiternas losas de repente,
Al pálido brillar de las antorchas
Los justos y la tierra se conmueven?
El luto se derrama por el suelo
Al ángel entregado de la muerte,
Que á la virtud persigue: ella medrosa
Al túmulo volóse para siempre.
Que el campeón ya no muestra el rostro altivo
Fatal á los tiranos: ni la hueste
Repite de la Patria el sacro nombre,
Decreto de victoria tantas veces.
Hoy, enlutado su pendón, y al eco
Del clarín angustiado, el paso tiende,
Y lo embarga el dolor: ¡dolor terrible,
Que el llanto asoma so la faz del héroe!...
Y el lamento responde pavoroso
«Murió Belgrano». ¡Oh, Dios! así sucede
La tumba al carro, el ay doliente al viva,
La pálida azucena á los laureles! (8)

Ese –según Lafinur- es todo el reconocimiento al héroe y padre de la Patria, Gral. Manuel Belgrano, una azucena que marchitará el color y trocará su fragancia por las imperceptibles cenizas. Recordemos que Belgrano, aquejado de hidropesía, muere a los cincuenta años de edad, lejos de su familia, en desolada, absoluta pobreza. El caos impera y se suceden las guerras civiles, fratricidas.

Luego, los siguientes versos son claros: en casi la totalidad de la obra de Borges éste menciona a sus antepasados militares, algunos de los cuales tomaron parte activa en la Independencia Argentina, como Francisco Narciso Laprida, que presidió el Congreso de Tucumán y firmó el Acta de la Independencia y murió asesinado por las montoneras del “Fraile” Aldao, vuelto a la vida para morir en el memorable “Poema conjetural” de su libro El Otro, el Mismo (9):

El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de septiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:

Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.

Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.

A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
(1943)
Otro ilustre antepasado que se menciona, en la carrera de las armas, es Francisco Borges Lafinur -su abuelo paterno- que fue un coronel uruguayo, casado con la inglesa Fanny Haslam. Este abuelo, que muere en batalla, será recordado en El Hacedor, en el soneto “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-1874)” (10):

Lo dejo en el caballo, en esa hora
crepuscular en que buscó la muerte;
que de todas las horas de su suerte
ésta perdure, amarga y vencedora.
Avanza por el campo la blancura
del caballo y del poncho. La paciente
muerte acecha en los rifles. Tristemente
Francisco Borges va por la llanura.
Esto que lo cercaba, la metralla,
esto que ve, la pampa desmedida,
es lo que vio y oyó toda la vida.
Está en lo cotidiano, en la batalla.
Alto lo dejo en su épico universo
y casi no tocado por el verso.

Con lo cual propone una teoría del “culto del coraje” para referirse a ellos como hombres de acción, hombres distinguidos y honorables que blanquearon con los restos de sus huesos el suelo de la patria incipiente; ese coraje que le fue negado a él, condenado a una vida de libros, de lecturas, escrituras y de exámenes, a una imagen de espejos progresivamente ciegos… Indudablemente se sintió disminuido, él que escribió de sí mismo en una especie de autobiografía o biografía apócrifa: “Era de estirpe militar y sintió la nostalgia del destino épico de sus mayores. Pensaba que el valor es una de las pocas virtudes de las que son capaces los hombres…” (11), hasta que aceptó con resignación, no sin tristeza amarga, ser El Otro y ser el Mismo Borges del Aleph y el Poema de los Dones. Pero ese coraje, esa virtud patriótica también está latente en Lafinur al enrolarse en las filas del Ejército del Norte a las órdenes de Belgrano, dejando atrás –momentáneamente- sus estudios universitarios para pelear por la emancipación de las Provincias Unidas.

Y, cuando hacia el final del poema Borges dice recordar haber visto y oído a Lafinur discutir de filosofía con su padre, lo aleja del terreno de las “batallas desgarradas”, “conjurando esa falaz teoría de unas eternas formas en la mente”. Ese conjuro pretende dar por tierra con el arquetipo platónico de las ideas innatas que otorgan a los seres humanos el conocimiento, ya que según Platón “aprender es recordar”; enfocando Lafinur su concepción metafísica en las sensaciones externas que dotan a la persona de raciocinio, en la doctrina de Locke y Condillac –su discípulo- llamada Sensualismo.

Como expresa Borges en la conferencia que dicta en San Luis en 1976: “Locke decía –por ejemplo- que él estaba más seguro de la existencia de Dios que de la existencia del mundo externo, y que en el más allá de la prueba histórica y cosmológica, que en él estaba la convicción que existía Dios. Y Lafinur también tuvo esa convicción, aunque lo acusaron injustamente de propagar el ateísmo.” Y agrega en párrafos subsiguientes: “Yo creo que sensualismo significa lo que dice aquella vieja sentencia “lo que está en la inteligencia estuvo en los sentidos”… “Condillac supone que todo nos ha llegado por la experiencia”…, que “todo nos llega por los sentidos”, y que “todas las facultades del alma son simples sensaciones transformadas”…“esa doctrina se llama sensualismo…” (12)

Ergo, el alma es un atributo divino y el conocimiento una aprehensión metódica y empírica. Las herramientas de este aprendizaje son las de la ciencia para educar al pueblo en las nuevas corrientes filosóficas, liberadas del yugo monacal de la anquilosada ex-colonia que todo lo explicaba por medio de la fe ciega y los preceptos ortodoxos de la Iglesia Católica. Al pretender dividir las aguas en la transmisión del conocimiento entre los dos polos en disputa, es decir, entre Ciencia y Religión, ocupándose cada una de lo que le compete en su campo de acción, Lafinur escandalizó a la sociedad pacata de aquel entonces y se granjeó la enemistad y el encono de las capas clericales y montoneras furibundas como las del “Fraile” Aldao que ostentaba en su bandera el lema de la Federación: “Religión o Muerte” (de hecho es Aldao, como ya dijimos, quien da muerte a Laprida). Hasta existe la sospecha esgrimida por Pacho O´ Donnell (13) de que Lafinur haya huido perseguido por estas huestes del fanatismo religioso y, refugiado en Chile, encontrado la muerte a manos de uno de sus acólitos, [en oposición a lo registrado por Gez al consignar que la herida producida al caer de su caballo –pese a ser un experto jinete-, provocó la muerte del prócer tras un período de penosa agonía]. Hipótesis aceptable si entendemos que en aquellos tiempos las diferencias ideológicas solían dirimirse por la violencia.

Sea como fuere y, dada esta férrea oposición, Lafinur se exilia y, en su largo peregrinar a la manera de los primeros sofistas, debió sentirse –como lo describe en su poema Nilda del Carmen Guiñazú- poco menos que una Sombra Perseguida:

Limpio torrente, soplo vital…
bravo, pujante,
ante tu paso
los pesados cascos,
crujir de hierbas,
como piqueta demoledora
del feudo rígido y colonial.
Claustros cerrados,
tristeza de piano enlutado
entierra ideas,
olores viejos.
Piedra indeleble,
desnuda espada ante ojos fríos.
Pluma golpeada como armadura,
ocaso de sombra perseguida,
con trazo firme dejas la vida.

Justo es considerar lo que sus biógrafos han recalcado en la personalidad de Lafinur: su bregar por el florecimiento genuino de la cultura, como el depositario del conocimiento, a la manera de un educador clásico de la antigua Grecia, representado en la figura del aeda, o como un amauta de la progenie incaica o el transmisor de los saberes como el guempin mapuche de Sudamérica. Así lo expresa, en su calidad poética, Teresita Morán de Valcheff cuando nos trae al oído, inclaudicable, La Voz de Lafinur:

Ni el rayo de azul arborescencia
que en fragores de metralla se despeña
ni el río de espadas y magnolias
que en pólenes fecundos se derrama
ni las notas armoniosas que elevan
el espíritu a la Esfera
ni el poema feliz que nos cautiva
son más sublimes y rotundos
en la serena plenitud del alma
que la voz libertaria de su idea.

Tarea ciclópea ha sido rastrear y hallar al fin después de ciento ochenta y tres años de ausencia los restos del proscripto en tierra chilena; y este gobierno, proponiéndoselo con ahínco, lo ha conseguido. Nuestra amiga, Diana Mirta Muñoz, nos recrea la emoción del reencuentro en su poema El Regreso:

Suenan trompetas,
el legendario poeta ha regresado.
Lo esperaban
los pájaros y el viento.
Hilos de oro golpean
entre las altas piedras.
Cabalgan en tropel los pensamientos.
Se eleva al cielo
el canto del pueblo
que lo celebra.
La naturaleza recibe al hombre
que ha vencido al tiempo y a la muerte.
Ya está entre nosotros.
Juan Crisóstomo Lafinur
ha regresado.

Como escribiera Ricardo Rojas: “Sólo un talento natural, nutrido, flexible y claro, puede haber compensado esa brevedad de su vida, hasta conferirle una celebridad centenaria.” (14) No obstante, es significativo el hecho de que el poeta sanluiseño Emeterio Pérez haya escrito una composición en tono de queja por el olvido en el que sumieron a Lafinur las generaciones que lo sucedieron, instando a la juventud futura a levantarle un monumento. Otra vez Gez nos hace desandar huellas del pasado en el poema de Pérez publicado en su libro; del mismo tomamos las siguientes estrofas:

“No de bronces ni mármoles suntuosos
Te erigieron estatuas ni relieves;
Pero allí están homéricas tus obras,
Que honrarán tu memoria eternamente.
----------------------------
La justicia vendrá; no es dado al tiempo
De la historia alterar las sabias leyes;
Aunque tarde también, llegará un día
En que por ti no giman los cipreses.”
----------------------------
“¿Cuándo ese día llegará, dichoso?
Juventud que estudiáis, inteligente,
¡Manos a la obra, y se alce el monumento!” (15)


Desde esta mirada es que se suceden los homenajes al hombre fecundo que ya descansa en tierra sanluiseña, en el solar telúrico de La Carolina donde se ha erigido en su homenaje –como quería Emeterio, pero sin imaginar la magnitud del tributo- el Museo de la Poesía Manuscrita que lleva su nombre: Juan Crisóstomo Lafinur. Me he atrevido a componer un soneto que habla del mismo, acercándome a los temas del neoclasicismo (Dijo durante la disertación Darío Oliva)


Museo: piel de arroyo, pirca y cielo,
valle encantado y mil afluentes de oro
harán de ti con las Musas y el coro
un Parnaso sin herida ni velo
del ego vano de haber existido;
el hijo de Apolo y el eco de Orfeo,
y no el umbral sombrío del Leteo
cuyas puertas abren labios de olvido.
Serás de Mnemosine y el blanco sueño
libro, luz manantial, rostro de espejo;
del tiempo, río oblicuo, un soplo y un dejo
de insomne despertar en el ensueño,
página impresa del alma en la rosa,
boca de oro en Lafinur, no su fosa.

En este trabajo de reivindicación de la figura de Lafinur, que al igual que Prometeo iluminó con su pensamiento las mentes preclaras de su tiempo, bástenos subrayar que su vida, ese paso fugaz semejante a la estela de un relámpago, fue condicionada por su actuación apasionada y sensible, dando sobradas muestras de su entereza y valentía. Como lo señala Gez: “¡Cuánto apena el alma meditar en el destino de existencia tan breve y azarosa! Parece que él mismo presentía cercano su fin cuando poco antes traducía y recitaba la tierna elegía de Merville:

« Adiós bosque querido
« Yo muero: lo conozco:
« Vuestro luto es mi luto.
« Que en cada hoja que al soplo
« Del viento cae, yo miro
« El presagio horroroso
« De mi temprana muerte………
………………………………….
« Tu juventud bien pronto
« Va a disiparse aun antes
« Que del prado orgulloso
« La flor expire………………………………….. (16)

Prueba de su valor en todos los campos donde militó, del cultivo del coraje, nos lo entrega el párrafo siguiente de Juan María Gutiérrez, citado por Gez:
« El espíritu innovador que en toda época tuvo partidarios en Buenos Aires, penetró en el estudio escolar de la filosofía, en el año 1819, por medio del doctor Juan Crisóstomo Lafinur… Tenemos á la vista una mala copia de las lecciones que pronunció este argentino de talento y de imaginación, y en nuestro concepto ellas señalan el tránsito del escolasticismo rutinero á las doctrinas modernas en que Lafinur se había iniciado.

Antes de él los profesores de filosofía vestían sotana: él con el traje de simple particular y de hombre de mundo, secularizó el aula primero y en seguida los fundamentos de la enseñanza » (17)

Como Sócrates, fue acusado de corromper a la juventud por medio de la enseñanza de las renovadas ideas, y confinado al destierro voluntario que, desde la antigüedad grecolatina era un castigo peor que la cicuta, ya que el proscripto estaba condenado al olvido, olvido considerado como muerte en vida …

Pero el tesón de su lucha seguiría en pie de pueblo en pueblo como la luz del Sol que debe recorrer el globo en su manifiesto movimiento renovador para llevar claridad a las mentes cuyas semillas nutrirán los frutos de la nueva era, dado que Lafinur –en palabras del Dr. Alberto Rodríguez Saá- “pensaba que a los pueblos no sólo había que liberarlos de sus enemigos, también había que liberarlos de su ignorancia.” (18) Esta “armonía de luces” que se conjuga en el ideario de Lafinur nos llega en el poema Siempre de Rosa Elvira Soda:

Existe ese instante…
espejado en el iris,
relinchando en la sangre,
recomponiendo instantes.
Existe ese instante…
manantial de esperanza,
energía que aguarda
armonía de luces…
Existe ese instante…
Poeta…
que te encontrará
a galope
en el aullido del viento.

Nunca daremos cuenta acabada de los muchos sacrificios que soportó nuestro héroe, por más que se repitan una y mil veces sus distinguidas actuaciones. Ingrato fue el presente que le destinaron los hados, ingrato el fanatismo, no la fe en Dios y en el hombre que lo acompañó siempre.

Como escribió la Sra. Delfina Varela Domínguez de Ghioldi: “Lafinur fue un protagonista agitado y desafortunado, como todo precursor, para quien son los mayores escollos. / Nunca dio, sin embargo, prueba de fatiga, ni de desmayo en sus ideas. Su heroica proscripción señala lo profundo que debieron prender en su corazón los ideales que lo condujeron al destierro.” (19) Juan Crisóstomo Lafinur, cultor de un coraje desinteresado en su lucha sin concesiones por afirmarse en la verdad del progreso cultural de su país, síntesis del arquetipo prometeico que nos legó el fuego de su conocimiento, ha sido interpretado con justicia por el poeta Juan Carlos Luchino como “el oro puro de un saber fecundo” (20)

Y, como lo señala orgulloso el Prof. José Villegas en su libro “Juan Crisóstomo Lafinur. El Señor de las Ideas”, nuestro héroe figura en el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora como “¡el primer filósofo argentino!”, reconocimiento tras el cual, en palabras de este profesor, “mayor es la voluntad para que todos los puntanos lo reconozcamos en su valentía, en su inteligencia brillante y en su genio revolucionario.”; y, completando esta idea, cita en página siguiente al Dr. Juan María Gutiérrez: “Lafinur no se proponía en su curso formar filósofos meditativos ni psicólogos que pasasen la vida leyendo, como faquires de la ciencia, los fenómenos íntimos del yo. Quería formar ciudadanos de acción, porque sentía la necesidad de levantar diques al torrente de los extravíos sociales que presenciaba, y de preparar obreros para la reconstrucción moral que exigía la Colonia emancipada.” (21) Es decir, reflejar en los jóvenes corazones argentinos su propio valor al servicio del ideal patriótico.

En el soneto que acabamos de analizar someramente, Borges, el intelectual, el criado en una vasta biblioteca de infinitos volúmenes, el pensador, se acerca al pensamiento hecho acción que fue Lafinur. (22)

Y lo rescata en esencia como intelectual comprometido con las ideas florecientes de su tiempo. Así lo expresa en la citada conferencia: “A él sin duda le agrada que lo recuerden como pensador, como discípulo de Condillac, como lejano discípulo de Locke, como hombre que está en contra de las enseñanzas escolásticas, y que lo pensemos como poeta y como músico también.” (23)

He aquí al Prometeo de la Patria en ciernes, el conjurado y el proscripto Prometeo que se atrevió a impartir la luz de nuevos conocimientos que retaban a los dogmas de los señores de la rígida y polvorienta escolástica del virreinato. Poeta, militar, educador, filósofo, mentor, presidente de la Sociedad Secreta Valeper (logia ocupada en los graves asuntos del país), músico, doctor en leyes, esas son sus facetas, sus rostros en los espejos del calendario.

Condenado al destierro voluntario, por ende forzoso, el hijo de La Carolina se defendió de sus agresores en no pocas publicaciones de la época…Pero esto solo no bastó y “Lafinur debió salir para el destierro, abriendo camino a la no lejana proscripción nacional. Pagó con el exilio su convicción filosófica.” como comprueba la Sra. Domínguez de Ghioldi (24).

Y, cuando el destino por fin parecía sonreírle en Chile, casado con la distinguida y hermosa dama Eulogia Nieto, doctorado en Cánones y en Derecho, en un golpe adverso termina sus días a los 27 años de edad el 13 de agosto de 1824. Al decir de Adolfo Amieva, “sopló sobre la vida de Juan Crisóstomo un viento de tragedia griega.” (25) Es la suya una meteórica vida…

Antes de dar por finalizada esta sintética exposición, permítasenos la mención de un libro entrañable y único, de lectura amena y profunda que nos presenta la novela histórica de la reconocida escritora Paulina Movsichoff “Juan Crisóstomo Lafinur. La sensualidad de la filosofía” donde se recrean las peripecias que debió sortear Lafinur en sus mudanzas terrenas pero no espirituales y de largo aliento.

La voz del pensador se abre como una antorcha en la niebla del oscurantismo para contarnos en intimista prosa poética los pormenores de su existencia. Si el soneto de Borges finaliza con el acercamiento a su antepasado cuando dice: “Lo veo corrigiendo este bosquejo, / del otro lado del incierto espejo”; espejo de la muerte en el que se refleja, inexorablemente, el rostro de los hombres, es en el siguiente pasaje de la novela donde Lafinur entrevé entre las sombras del futuro al propio Borges, su descendiente, al modo de una escena pintada por Homero o por Virgilio en el Hades o el Ínferos, traspuestos los umbrales del río del olvido sin beber una gota de sus aguas, donde el tiempo acerca lo lejano y viceversa, donde las sombras futuras se hacen presentes, en consonancia con el mítico sueño del retorno, la alteridad y la permanencia, y los gestos simbólicos que se entrecruzan, recordando, en su lecho de muerte, dos de los versos patrióticos, apasionados de su Oda a la oración fúnebre que escribió el hijo de La Carolina para las exequias de su amigo el General Manuel Belgrano:


Pero el tiempo… ¡cruel! y ¡cuál se engaña
El hombre en su consuelo! ¡Vuela el tiempo!...

Así ha volado el mío, el de mi breve vida. Ahora que estoy a punto de atravesar las aguas del Aqueronte, vuelvo a ti, querido Manuel, te pido que me tomes de tu mano para llegar a esas mismas praderas en donde seguramente descansas.

También a él se lo pido,” –y aquí viene lo estremecedor- “al anciano que dice ser mi descendiente. Alcanzo a distinguirlo, sentado en el extremo de esta cama de agonías. Me habla, pero ya apenas puedo escucharlo. Y, mientras alguien me arrastra lejos, muy lejos, le digo, indiferente al destino que puedan tener mis palabras: El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real pero yo soy Lafinur.” (26)

Juego de intertextualidad que remite no sólo a la metáfora del tiempo observada por Heráclito al compararlo con las aguas cambiantes de un río, sino además a las palabras escritas por Borges hacia el final de su ensayo Nueva refutación del tiempo con las variantes obvias que introduce Movsichoff en su escrito:

“El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.” (27)

Lo que no implica plagio, sino más bien transferencia, lo que da autoridad a Lafinur para corregir el soneto de Borges, traspuesto el umbral de la incertidumbre y el olvido. Es más, en la Nota preliminar del ensayo, Borges, que se complace en que a Lafinur no le desagrade este trabajo, le tributa el mismo con estas reflexiones:

“Dedico estos ejercicios a mi ascendiente Juan Crisóstomo Lafinur (1797-1824), que ha dejado a las letras argentinas algún endecasílabo memorable y que trató de reformar la enseñanza de la filosofía, purificándola de sombras teológicas y exponiendo en la cátedra los principios de Locke y de Condillac. Murió en el destierro; le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir.” (28)

El Grupo Literario Arcadia de Villa Mercedes así lo recuerda y le rinde este sentido y humilde homenaje en el marco de los festejos por el Bicentenario de la Revolución de Mayo, finalizando esta jornada con la lectura de las siguientes poesías en la voz de sus creadores.

………………………………………………………………

Para aprehender la palabra, que es memoria en el silencio y en la voz de la escamosa roca, sustantivando el tropo de la búsqueda, Rosa Elvira Soda se hace río entre las grietas del poema, poema telúrico, comarcano, Al Tomolasta:


Con caricias, suavemente,
me he atrevido a penetrar en tus entrañas
para extraer de tu seno
la palabra…
Sumergida en la agonía de tu noche,
avergonzada de mi condición humana,
me prosterno.

En la profundidad de tu vientre
y entre pliegues ultrajados
las vísceras abiertas, sangran…
Se escucha el lamento
intacto…,
sellado en la memoria…
Gota a gota, las lágrimas,
con su afán de rellenar impía obra
y sellar con cristales las heridas,
te defienden.

Un río melodioso te atraviesa
recorriendo cada fibra mutilada,
el agua se escurre
restañando las huellas del agravio.
Camino en tu interior tímidamente
con respeto,
con temor de hacer más daño…

Me cohíbe buscar
el sustantivo
aherrojado a las grietas del silencio,
con la angustia de sentirme una pirata
que hurta para su hijo el alimento,
este grito gestado en el dolor
y parido con culpa.

En la ola de dulzura
que el poema
devuelve,
me cuestiono:
¿No seré un terrible segmento de aquellos cuervos
que violando otra vez tu piel sagrada
te invade desgreñando la palabra?...


El tiempo de la niñez, donde el mundo cabe en los ojos de un libro, es un tiempo de completud y de vértigo ante el espejo de rostro humano en que se reflejan la necesidad y el deseo, la urgencia y quijotesca batalla contra molinos de viento.

Nilda del Carmen Guiñazú nos remonta al pasado para mostrarnos el retrato del Niño Lafinur:

Sueña el pequeño…
Juega en los cerros
con nubes viajeras;
una le cuenta llorando:
¡la Patria es niña
y está sufriendo!

El viento con su timón
dio rumbo a las viajeras.
Dicen que un gladiador
iba marchando con ellas.
En el manantial de sus ojos
un cielo de estrellas titilantes.

En sus labios finos la sonrisa
le daba vida a su retrato.
El niño despierta con la aurora,
coronado de gozo azul y blanco.


Si fugaz su existencia, inmortal es su obra pese a la inexorable fatiga de las horas, obreras esclavas que el tiempo latiga. En el poema de Silvina Avalle, la injusta muerte de Lafinur nos estremece. El olvido es innoble para el valiente precursor que recorre vilipendiado, en el exilio, penosas, Largas travesías:

Envuelto en helado poncho
agosto te arrebató del mundo,
y vibraron dolientes
las ásperas pircas
que ampararon tu cuna,
estremeciendo las alturas
del Tomolasta.

Tu palabra
cual lengua de fuego,
se grabó en los claustros,
trascendió fronteras,
y la lírica no fue ajena
a tus exequias:
lloraron sobre tu fosa
Minerva y las nueve musas
apolíneas.
Lafinur,
tu breve vida,
tu injusta muerte,
son largas travesías
para que el olvido
las torne en cenizas.


La música, que es una necesidad de la poesía, por ritmo y por cadencia, no fue ajena a Lafinur, y a ella se entregó como un amante. Si hasta en su lecho de agonía pidió, poco antes de morir, una orquesta para que ejecutara sus temas predilectos, al fin de que su alma no se sintiera sola y soportara estoica la nostalgia del utópico regreso… (29)

Borges se pregunta, -y quizá nos cuestione la respuesta- “¿Qué cuerpo habitó a Lafinur en la tierra?” (30) En mi poema, Viaje del alma, su musical y querible imagen traspone –o lo intenta– los umbrales de la mezquina materia:


¿Qué viaje hará el alma
si regresa en la voz del viento,
la semilla y el latido de los cuerpos;
si rehace las cenizas
y confiere vida al árbol,
al río y a la estatua?...
Pienso en Lafinur,
lo veo en una sala iluminada
por candelabros de silencio,
sentado al piano,
diluyendo el tiempo
-fugaz y primitivo-
en largos diálogos,
y habitando el cuerpo de los símbolos,
las palabras y el eco
de los hombres que fuimos y seremos
una vez muertos,
de regreso el alma
al terroso abismo de la vida.

Y después de largas travesías, el alma de Lafinur regresa. La semilla del hombre, en palabras y hechos se cosecha. Inquebrantable su espíritu combate contra la ciega, avara, fría y fanática intolerancia.

Recordarlo es pisar sobre las huellas que él anduvo. El poema de Diana Muñoz nos dice que Lafinur ha vuelto:

Amarilla la luz brilla
entre los cerros de La Carolina,
en la corriente de dorada escama,
y en la palabra que cabalga
y abriga el íntimo soplo del alma.

Hijo de su comarca,
el hombre preclaro regresa
entre los trinos y el silencio
del vientre rocoso del Tomolasta.
Lafinur ha vuelto
del polvo milenario del destierro,
vuelve a los ojos y brazos de su pueblo.

El pasado es un desmayo
de febriles soles sin descanso.
Aquí reencontrará el solaz
que tanto le negaron.
Se ha hecho justicia.
El olvido no consumirá su llama.


Si, para descanso eterno de los justos, basta una tumba digna, Lafinur merece este reposo. Sus cenizas descansan en una urna depositada en el damero ajedrezado de granito al pie de la que fuera su casa, bajo la vista de terraza en la quebrada del Museo erigido en su memoria.

Como expresara el Sr. Gobernador de la provincia, Dr. Alberto Rodríguez Saá, en su emotivo discurso en el acto de la repatriación de los restos de Lafinur, desde Chile a La Carolina, en el año 2007: “Pensamos que su tumba final debía tener la humildad y la grandeza. Por eso la elegimos de piedra; y la piedra de esta tumba ajedrezada es piedra de San Luis. Este es el homenaje que le ha rendido San Luis…” (31) Inspirada su construcción en el soneto de Borges, que ha sido nuestra guía en este ensayo, le canta a estas “Cenizas de Oro”, intimando con los símbolos de la luz y la memoria, en reparadora y literal justicia poética, Teresita Morán de Valcheff con su poema Al pie de tus cenizas:


Ya reposan tus cenizas eternales
en el íntimo templo del terruño
como flores rescatadas del exilio
para dictar justicia a tu memoria.
No pudo la pétrea latitud del Ande
ni el anatema de aguzado filo
doblegar tu pensamiento ni apagar
el fuego que en tu sangre ardía.

Desgarrando los telones de la muerte
hoy regresas al útero materno
al entrañable paisaje de la infancia
tras el dolor cotidiano de la ausencia.
La hora es llegada
hermanos sanluiseños
de enastar sus banderas salvadoras
y hacer brillar su luz para los tiempos.



Conferencia brindada en el Teatrino de BAS XXI en San Luis, el 12.5.10 por el Grupo Literario ARCADIA de Villa Mercedes


Notas bibliográficas:

(1) De la Enciclopedia Libre Universal en Español: http://enciclopedia.us.es/index.php/Jorge_Luis_Borges
(2) J. L. Borges. Obra Poética, 3 (1975-1985), Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 106.
(3) J. L. Borges. Conferencia de 1976, publicada por el Suplemento de Cultura Ámbitos, del Diario de la República, 22 de agosto de 1.999.
(4) De su libro El Dr. Juan Crisóstomo Lafinur. Estudio Biográfico y Recopilación de sus Poesías, Buenos Aires, CABAUT Y CÍA.-EDITORES, 1907, p. 9.
(5) Citado por J. W. Gez, Ob. Cit., p. 66.
(6) Íb., pp. 68-69.
(7) En su Autobiografía 1899-1970 en la traducción de Marcial Souto y Thomas di Giovanni, Buenos Aires, El Ateneo, 1999, p. 20 (ver http://www.scribd.com/doc/29002072/Borges-Jorge-Luis-Autobiografia)
(8) Fragmentos de la poesía recopilada por J. W. Gez, Ob. cit. Págs.125 a 127.
(9) J. L. Borges. Obra Poética, 2 (1960-1972), Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 88.
(10) J. L. Borges. Íb. p. 37.
(11) J. L. Borges. Epílogo a Obras completas, Buenos Aires, Emecé, 1974.
(12) Publicada por el Diario de La República en 1999.
(13) “Lafinur y la libertad de pensar” Por Pacho O´ Donnell Para LA NACIÓN: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=906906
(14) En Historia de la Literatura Argentina, editada en 1924.
(15) Emeterio Pérez, A Lafinur (Dedicada al Centro Lafinur), citado por J. W. Gez, Ob. Cit., pp. 177-178.
(16) Juan W. Gez, Ob. cit. ps. 7 y 8.
(17) Doctor J. M. Gutiérrez. –Origen y desarrollo de la enseñanza pública en Buenos Aires (cit. por Gez, Ob. cit. p. 37).
(18) En el Prólogo a las Poesías de Juan Crisóstomo Lafinur, publicadas por la Biblioteca Digital de San Luis en el año 1994. Las Poesías son las mismas que consigna Gez en su biografía sobre Lafinur.
(19) Delfina Varela Domínguez de Ghioldi, Prólogo y Notas, Curso Filosófico dictado en la Unión del Sud de Buenos Aires en 1819 por Juan Crisóstomo Lafinur, con un Apéndice de documentos sobre el nombramiento, proceso y destierro de Lafinur y las polémicas referentes a la Introducción de la Ideología en la Argentina, Primera Edición, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1938, pp. 37-38.
(20) En su poema Lafinur, el Pionero, publicado en la revista Virorco, Órgano de la Filial San Luis de la Sociedad Argentina de Escritores, Año XXIX, Nº 54, 1998, p. 82.
(21) José Villegas en su libro “Juan Crisóstomo Lafinur. El Señor de las Ideas”, Págs. 10 y 11 (respectivamente)
(22) “Sostenemos entonces con orgullo que, Lafinur fue idea y praxis.” J. Villegas, Ob. cit., p. 46.
(23) J. L. Borges, Conf. Cit. en 1976.
(24) D. Varela Domínguez de Ghioldi, Ob. cit. p. 50.
(25) Juan Adolfo Amieva en la disertación “Juan Crisóstomo Lafinur, su tránsito a la inmortalidad”, leída el 19 de agosto de 1944 en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza de Buenos Aires, patrocinada por el “Centro Puntano” en el 120º aniversario de la muerte del prócer.
(26) Paulina Movsichoff, Juan Crisóstomo Lafinur. La sensualidad de la filosofía, Buenos Aires, Ediciones Fundación Victoria Ocampo, 2006, p. 211.
(27) J. L. Borges, Otras Inquisiciones, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 286.
(28) J. L. Borges, Íb., p. 258.
(29) Dice Puig que este “dato lo ha registrado don J. M. Gutiérrez en sus apuntes” (Juan de la C. Puig, Antología de Poetas Argentinos, Tomo III-Paz y Libertad, Buenos Aires, Martín Biedma é Hijo, 1910, p. XII.
(30) J. L. Borges, Conferencia de 1976, Id.
(31) En DVD del Gobierno de la Provincia de San Luis: Tributo a Lafinur II. 2007, Año de la Repatriación de los restos del Dr. Juan Crisóstomo Lafinur.

-------------------------------------------------------------------------------------En la foto: El Grupo Literario Arcadia, con todos sus integrantes.